Vestido de domingo by David Sedaris

Vestido de domingo by David Sedaris

autor:David Sedaris [Sedaris, David]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Humor
editor: ePubLibre
publicado: 2005-12-06T00:00:00+00:00


EL FINAL DEL ROMANCE

Una noche de verano en París, Hugh y yo fuimos a ver El final del romance, la adaptación de Neil Jordan de la novela de Graham Greene. Me costó mantener los ojos abiertos porque estaba cansado y la película no me enganchaba. A Hugh le costó mantener los ojos abiertos porque los tenía básicamente hinchados: sollozó de principio a fin, y cuando salíamos de la sala estaba completamente deshidratado. Le pregunté si siempre lloraba viendo comedias, y él me acusó de ser un bruto insensible, acusación que estoy intentando desestimar por ser simplemente absurda.

Echando la vista atrás, debería haber sido más listo y no acompañar a Hugh a ver una historia de amor. Ese tipo de películas son siempre un peligro, ya que a diferencia de combatir alienígenas o seguir el rastro de un asesino en serie, enamorarse es algo que la mayoría de los adultos han experimentado en algún momento de sus vidas. El tema es universal y anima al espectador a efectuar un gran número de comparaciones poco saludables, que culminan con la pregunta: «¿Por qué nuestras vidas no son así?». Es una caja que es mejor no abrir, y el hecho de que todo el mundo intente evitarla explica la creciente popularidad de las épocas vampíricas y las extravagancias de artes marciales.

El final del romance me hizo parecer un absoluto imbécil. La voraz pareja de la película estaba interpretada por Ralph Fiennes y Julianne Moore, que no hacían más que devorarse mutuamente. Su amor era condenado y clandestino e, incluso cuando caían las bombas, ellos tenían un aspecto radiante. La película tenía muchas aspiraciones, de manera que me sorprendió que el director utilizara un recurso más típico de los telefilms semanales: todo va bien y de repente uno de los personajes empieza a toser o a estornudar, lo que significa que a los veinte minutos él o ella estarán muertos. Podría haber sido distinto si de repente Julianne Moore hubiera empezado a sangrar por los ojos, pero toser, en sí mismo, es bastante rupestre. Cuando lo hizo, Hugh lloró. Cuando lo hice yo, me dio un puñetazo en el hombro y me dijo que me cambiara de sitio.

—Estoy deseando que se muera —susurré.

Ignoro si eran su buen aspecto o la pasión que compartían, pero había algo en Julianne Moore y Ralph Fiennes que me ponía a la defensiva.

No soy tan insensible como afirma Hugh, pero las cosas cambian cuando llevas más de diez años con alguien. No suelen rodar películas sobre parejas que llevan mucho tiempo, y es por una buena razón: nuestras vidas son aburridas. Hubo un momento de cortejo, pero ahora nos hemos convertido en la previsible segunda parte que nadie en su sano juicio pagaría por ver. («¡Mira cómo abren la factura de la luz!»). Hugh y yo llevamos juntos tanto tiempo que para que surja una pasión extraordinaria tenemos que enzarzarnos en un combate físico. Una vez me dio en la nuca con una copa de vino rota y me caí al suelo fingiendo estar inconsciente.



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